El lente violeta: A League of Their Own: (re)escribir la historia del béisbol en Norteamérica
Por Lari Perez Rodriguez
Mi primer acercamiento al béisbol femenino fue puramente cinematográfico. Comenzaba un nuevo milenio y, una muy curiosa versión mía, quedaba fascinada por la despampanante Geena Davis. Como escasa era mi edad, los análisis acerca de aquel drama con aires de comedia fueron limitados. Me confiné a admirar a las mujeres que en él aparecían, y comprender que todo aquello había ocurrido en algún momento de la historia de los Estados Unidos.

A League of Their Own (1992) fue la película que rescató del olvido a la All American Girls Professional Baseball League, liga femenina de béisbol profesional creada durante la Segunda Guerra Mundial. Con ella, también se retomó el debate sobre el papel de las jugadoras norteamericanas en dicho deporte. Las demandas y esfuerzos de diversas deportistas se encontraron con sólidos muros arcaicos, y no se hicieron esperar los comentarios de tipo: “las mujeres no están hechas para el béisbol, debido a sus particularidades físicas”.
El recurso de la anatomía es uno bastante manido, y como bien sabemos, habla más de prejuicios y roles de género, que de limitantes biológicas. Basta con mirar al pasado y notar que, ya en 1870, las norteamericanas jugaban al béisbol. Y si en algún momento dudamos de sus capacidades o niveles de entrega, tomará un segundo recordar que lo hacían con un vestuario que pesaba hasta treinta libras. El amor por el juego era tan intenso que se sometían a usar un uniforme ridículo en extremo: faldas hasta los tobillos con fondos incluidos, blusas de manga larga que les cubrían hasta el cuello y zapatos de tacón alto.
En 1875, exactamente el 11 de septiembre, tuvo lugar en Springfield, Illinois, el primer juego de béisbol femenino en la historia por el que se cobró a los fanáticos y se les pagó a las jugadoras. Más adelante, en la década de 1880, un antiguo barbero, ahora convertido empresario, reunió a las Dolly Vardens, un equipo exclusivamente femenino afroamericano de Chester, Pensilvania.
Aun así, no es hasta 1890 que las jugadoras comienzan a ganar auge con la creación de las Bloomers Girls. Se las nombró en homenaje a Amelia Bloomer, la activista por los derechos de la mujer que diseñó la nueva vestimenta. Esta consistía en una túnica ligeramente sujeta a la cintura y unos pantalones bombachos ajustados al tobillo. Poco tiempo después, los uniformes fueron sustituidos por los típicos uniformes de béisbol.
La gran popularidad de las Bloomers condujo a la creación de cientos de equipos que se mantuvieron activos desde 1890 hasta 1934. Competían con equipos locales a lo largo de los Estados Unidos, incluidos equipos semi-profesionales y de ligas menores de hombres. Otras llegaron más lejos de lo imaginable. Tal es el caso de Lizzie Arlington, primera mujer contratada por un equipo de hombres de Ligas Menores, en el año 1898. Ella logró firmar un contrato de 100 dólares a la semana para jugar por el conjunto de Reading Pa. de clase A, en Atlantic League.
Para la década de 1920, diversas fábricas tenían equipos de béisbol que incluían mujeres. En Filadelfia existía una liga femenina y allí se podía encontrar, además, a las Philadelphia Bobbies, cuyo equipo representaba una oportunidad para las mujeres que no trabajaban.
Bautizados como los “años atrevidos” del béisbol femenino, la década de 1930 estuvo impregnada de giras internacionales, contratos de ligas menores y la creación de encuentros de béisbol juvenil.
La llegada de la Segunda Guerra Mundial cambió el curso de la historia. Todos los países de vieron afectados de una manera u otra y, asimismo, Estados Unidos perdía a sus hombres al enviarlos a las trincheras. Con el objetivo de divertir a los fanáticos y olvidar la angustiante realidad, se conforma en 1943 la All American Girls Professional Baseball League (AAGPBL).
Contrario a lo que muchas personas puedan pensar, esto no constituía un reconocimiento a las mujeres que llevaban más de 70 años dejándose — literalmente — la piel en el terreno. La iniciativa fue un intento desesperado de algunos empresarios por no perder sus ganancias. Por tal razón, las jugadoras se veían obligadas a jugar con faldas, para atraer a la fanaticada masculina. Buscaban mujeres atractivas y delicadas, no grandes deportistas. Se dedicó más tiempo y recursos a “feminizarlas”, que al entrenamiento.
Pero aquella oportunidad de jugar por primera vez en las Ligas Mayores era única; y cientos de mujeres excepcionales fueron a luchar su lugar. Gracias al incuestionable talento de sus jugadoras, la liga se mantuvo por 12 años — con un aproximado de 600 jugadoras en total. Las Rockford Peaches fueron las máximas ganadoras del torneo, con cuatro títulos (1945, 1948, 1949 y 1950).
El desarrollo del béisbol femenino en nuestro país, igualmente, se vio influenciado por estos últimos acontecimientos. Durante el verano de 1947, La Habana recibió a más de 150 peloteras de los 8 clubs participantes en la Liga Profesional Norteamericana. Ese mismo año, fue constituida en la isla la Organización Deportiva de Béisbol Femenino de la República de Cuba.

Además, como resultado de esta visita, se creó la Primera Liga Femenina Latinoamericana de Béisbol. Un año más tarde, cuatro mujeres cubanas fueron invitadas a participar en los campos de entrenamiento de la Liga de Estados Unidos, ellas eran: Mirtha Marrero, Migdalia Pérez, Gloria Ruiz y Luisa Gallegos. En 1949 se les sumaron Isora de Castillo e Isabel Álvarez; sin embargo, la mejor jugadora cubana del momento, Eulalia “Viyaya” González, nunca quiso participar en los torneos norteamericanos.

Tristemente, cuando la vida norteamericana comenzó a regresar a la “normalidad”, las mujeres fueron presionadas a retornar al lugar que “les correspondía” y, el 23 de junio de 1952, el béisbol organizado de los Estados Unidos prohibió, formalmente, la inclusión de mujeres en equipos de Ligas Menores — ni soñar con las Ligas Mayores — ; veto que existió hasta el año 2003.
La propuesta de hoy
Casi veinte años luego del estreno de la película dirigida por Penny Marshall, Prime Video lanza una serie de igual nombre: A League of Their Own. Aunque ambas se centran en la Liga Americana de Mujeres, el relato de la serie es completamente diferente.
La producción estuvo impulsada por Abbi Jacobson, quien también encarna el personaje protagónico de Carson Shaw. Asimismo, cuenta con las actuaciones de D’Arcy Carden (Greta Gill), Priscilla Delgado (Esti González), Chanté Adams (Max Chapman), Gbemisola Ikumelo (Clance Morgan), Roberta Colindrez (Lupe García), Kelly McCormack (Jess McCready) y Melanie Field (Jo De Luca).
A diferencia de la cinta de1992, la nueva entrega se sumerge profundamente en la cultura queer de la época, recreando en pantalla las historias de mujeres que se implicaron romántica o sexualmente con otras mujeres. Y, aunque abunda el tono de comedia, debemos resaltar la sensibilidad con que se aborda el dolor de aquellas personas que fueron brutalmente perseguidas, por “salirse de la norma”.
Del mismo modo, se ofrece mayor visibilidad a las tramas y experiencias de las mujeres afroamericanas. Si bien el camino de las mujeres blancas que aspiraban a ser deportistas profesionales era difícil, no tenía comparación con las vicisitudes que enfrentaban las mujeres negras en una Norteamérica racista. Max es, sin dudas, un personaje fundamental para comprender lo que constituye ser subalterna (es una mujer negra y lesbiana que desea ser deportista profesional).
A League of Their Own (2022) traza una genealogía de mujeres pioneras, y las acerca a nosotras sutilmente, al mostrarnos sus miedos, conflictos y necesidades. Durante ocho capítulos, perdemos los límites entre sus realidades y las nuestras. ¿Acaso son tan distantes? Nos reconocemos en ellas, en sus cuerpos imperfectos, en sus ganas de “existir realmente”, en sus formas de amar. Esta no es una serie deportiva. Esta es una oda a las guerreras — deportistas o no — que han luchado por sus sueños. Es para ellas, y para nosotras: las que aún soñamos.