El Lente violeta: las realizadoras mexicanas no guardan silencio
Por Lari Perez Rodriguez
La participación de la mujer en el cine mexicano ha sido una historia borrada, oculta e incompleta. Como en el resto del continente, quienes lograron incluirse en los anales de la historia lo hicieron, en gran medida, a causa de su tenacidad. Revisitar el pasado es un imperativo si queremos descubrir cuanto hemos avanzado. También es la oportunidad perfecta para dar justo crédito a quienes apostaron por el arte, cuando este no apostaba por ellas.
La presencia de las primeras realizadoras se remonta a los inicios de este nuevo arte, pues, es durante el período de cine silente que aparece el primer trabajo hecho por una mujer.
María Herminia Pérez de León, conocida desde 1912 en el medio artístico como Mimí Derba, fue la cofundadora de la compañía productora Azteca Films. En el año 1917, Derba escribió los argumentos de tres cintas de dicha productora: En defensa propia, Alma de sacrificio y La soñadora; para luego convertirse en la productora, argumentista, actriz y directora de la cinta La tigresa.
Por su parte, las hermanas Dolores y Adriana Elhers fueron pioneras de la incipiente cinematografía mexicana. En 1921, debutaron como documentalistas; y, entre 1922 y 1929, realizaron el noticiero semanal La Revista Elhers.
Cándida Beltrán Rendón, mujer originaria de Yucatán, se dio a la tarea de producir, escribir, protagonizar y dirigir el primer melodrama que toca el tema de la paternidad: El secreto de la abuela (1928). La cinta logró estrenarse en el cine Regis de la Ciudad de México; sin embargo, su autora pasó inadvertida para la historia.
A medida que fue avanzando la década de 1930, con el surgimiento del cine sonoro, aparecieron nuevos nombres de mujeres dentro del panorama cinematográfico nacional. Es en este período en el que podemos encontrar a Adela Sequeyro Haro, actriz y periodista cinematográfica que dirigió La mujer de nadie, en 1937; Elena Sánchez Valenzuela, también actriz, cronista de cine y documentalista — rodó Michoacán, en 1936 — ; y Matilde Soto Landeta, la cual dirigió su primer largometraje, Lola Casanova, en 1948.
En la década de 1960, se fundó el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), escuela de cine de donde egresaría la prolífera Marcela Fernández Violante. Su cortometraje Azul — el cual realizó durante su estancia en el CUEC — fue merecedor de la Diosa de Plata, en 1967. Para 1971, dirigiría el filme Frida Kahlo, por el cual fue galardonada con el Ariel para mejor documental. En su primer largometraje, De todos modos Juan te llamas (1974–1975), Marcela criticó el poder de dos instituciones mexicanas: la Iglesia y el Estado.
El auge de las ideas feministas trajo consigo la creación del Colectivo Cine Mujer (1975–1987), el cual se planteó abordar un cine propiamente femenino, emancipador y político. Fue así como nacieron cintas que tuvieron el gran mérito de abordar temas que eran tabú en aquel momento: el aborto (Cosa de mujeres, 1975–1978, de Rosa Martha Fernández), el trabajo doméstico (Vicios en la cocina, 1977, de Beatriz Mira), la violación (Rompiendo el silencio, 1979, de Rosa Marta Fernández) y la prostitución (No es por gusto, 1981, de Mari Carmen de Lara y María Eugenia Tamez).
En la etapa de transición de los ’80 a los ’90, en México debutaron doce cineastas en largometrajes de ficción. Con respecto a este período, la investigadora Patricia Torres San Martín[i] expresó:
«Entre este contingente de realizadoras han surgido figuras insólitas, y cada una ha hecho exploraciones muy particulares en los problemas de la mujer mexicana, o bien ha creado nuevas perspectivas femeninas en el cine: Luz Eugenia “Busi” Cortés, a través de nuevas estilísticas y dominio de la técnica; María Novaro Peñaloza, enfrentando los límites de la cotidianidad femenina y sus capacidades psicológica e intelectual; Dana Rotberg, mediante una excepcional narrativa cinematográfica; y Maryse Sistach, hablando de la mujer contemporánea, pero utilizando la cámara como medio de expresión».
Si en la década de 1980 el debut de doce cineastas constituía un suceso alentador, satisface conocer que, en el año 2023, aproximadamente 153 mujeres estuvieron involucradas en tareas de producción, 92 participaron en la escritura de guiones, 60 fueron directoras y 50 se desempeñaron como cinematógrafas[ii]. Asimismo, la participación femenina dentro de la industria del cine mexicano fluctuó entre el 40% y el 60%, tanto en cintas de ficción como en documentales.
Las voces de las realizadoras mexicanas cada día se escuchan más fuertes; con historias que promueven la reflexión en aras de una mejora social, y denunciando desde la gran pantalla problemáticas como las desapariciones, los feminicidios, las infancias tocadas por las violencias, el racismo, el machismo, la migración, las diversidades, y la inclusión.
La propuesta de hoy:
En el año 2021, la multipremiada documentalista Tatiana Huezo nos regaló su primer largometraje de ficción: Noche de Fuego; cinta inspirada en la novela Prayers for the Stolen, de la escritora mexico-estadounidense Jennifer Clement. Partiendo de esta historia acerca de la vida de tres amigas que transitan de la niñez a la adolescencia en las montañas de Guerrero, Huezo se aventuró a crear un guión en el que exploraba la forma en que las infancias viven la violencia.
La preparación de este proyecto requirió tres años; así como tres meses de trabajo con las niñas actrices (las cuales carecían de experiencia en materia de actuación) y nueve semanas de rodaje en un lugar en medio de la sierra y en completa incomunicación. El resultado final: una joya del cine latinoamericano.
Noche de fuego logra capturar magistralmente el miedo que viven miles de personas en México. Un miedo provocado por la violencia, el monstruo que sentimos desde los primeros fotogramas, pero que no vemos. En palabras de Tatiana «tiene varias caras y, a la vez, ninguna con mucha claridad».
Con una hermosa fotografía y una cuidada dirección de arte, Huezo termina regalándonos una película intimista y de denuncia, que contiene lo mejor de la estética del cine documental. Nos habla sobre una cultura que ha naturalizado el saqueo — tanto de la tierra, como de los cuerpos de las mujeres — ; y nos cuenta sobre el dolor que trae consigo la incertidumbre de no saber, o la certeza de saber demasiado (pronto).
[i] Recomiendo leer el artículo: Las mujeres del celuloide en México (1937–1995), de la investigadora Patricia Torres San Martín.
[ii] Anuario estadístico de cine mexicano (2023).