El poeta de la Patria (I)
Por Gabriela Orihuela

¿Quién, si no cumple con su deber, leerá el nombre de Heredia sin rubor? ¿Qué cubano no se sabe alguno de sus versos, ni por quién sino por él y por los hombres de sus ideas, tiene Cuba derecho al respeto universal?
José Martí
El Apóstol José Martí expresó también: «la literatura no es otra cosa que la expresión y forma, y reflejo en palabras de la naturaleza que nutre y del espíritu que anima al pueblo que la crea».
No hay dudas, la obra literaria en general puede incitar a la acción y hasta afectar el mundo interior de cada ser humano, pero tal afectación ha de tomarse como goce y reflexión. ¡Eso es lo emocionante de una obra literaria! Lo que nos hace sentir, lo que trasmite. Ahí reside su verdadero legado.
Varios autores y autoras vienen a mi cabeza cuando recuerdo textos que lograron emocionar a una multitud de personas y José María Heredia es uno de estos literatos.
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José María Heredia y Heredia nació en Santiago de Cuba, el 31 de diciembre de 1803, y siendo aún pequeño se trasladó con su familia a Santo Domingo, donde transcurrió la mayor parte de su niñez. Por cuna y por nacimiento era cubano, aunque apenas vivió aquí. De sus 35 años de vida solo estuvo seis en tierras cubanas.
Con respecto a la niñez de Heredia, José Martí expresó: «ya desde la niñez precocísima lo turbaba la ambición de igualarse con los poetas y los héroes».
En 1818, de regreso a Cuba, comenzó sus estudios de Leyes en la Universidad de La Habana, que siguió al año siguiente en México. Aunque en 1821 José María retornó a su patria.
Dos años después de doctorarse en Derecho se estableció como abogado en Matanzas. Por este tiempo había colaborado en distintos periódicos, entre ellos El Revisor, y dirigió el semanario La Biblioteca de las Damas.
En 1823, a punto de publicar una edición de sus poesías, se involucró en la conspiración "Soles y Rayos de Bolívar" y tuvo que marcharse precipitadamente a los Estados Unidos. Asimismo, la primera edición de sus versos apareció en 1825 en Nueva York. Se le atribuyó la novela histórica Jiconténcal, publicada anónimamente en 1826, en Filadelfia.
José María Heredia fue un hombre de extrema sensibilidad, tal y como lo muestran sus textos. Luego de terminada la Guerra de Independencia, su vida se le presentó tormentosa, se desgastó en una actividad febril continua, tanto en sus funciones oficiales como en su quehacer de orador, crítico literario, poeta, traductor, lo que fue minando su salud. Cuba continuó doliéndole en la nostalgia del destierro, agravada además por la muerte de su hija Julia.
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Pie de foto: En la poesía de Heredia se evidencia su profundo amor a Cuba y sus ideas de libertad.
En estas circunstancias de profundo abatimiento, decidió escribir la infortunada carta a Miguel de Tacón, entonces Capitán General de la Isla, retractándose de sus ideales revolucionarios y solicitando autorización para visitar su tierra. Su llegada a La Habana, a principios de noviembre de 1836, está enmarcada por el rechazo de sus antiguos amigos, encabezados por Domingo del Monte, quien se cuenta que lo llamó entonces “ángel caído”. Cuatro meses duró su estancia en la Isla. Con gran dolor y desánimo regresó a México, donde el presidente Guadalupe Victoria le ofreció asilo.
Cuando Martí valoró este hecho, sintetizó las vicisitudes del exilio, la voluntad hecha a lo heroico que se tiene que amoldar:
(…) ¿quién resiste al encanto de aquella vida atormentada y épica, donde supieron conciliarse la pasión y la virtud, anheloso de niño, héroe de adolescente, pronto a hacer del mar caballo, para ir “armado de hierro y venganza” a morir por la libertad en un féretro glorioso, llorado por las bellas, y muerto al fin de frío de alma, en brazos de amigos extranjeros, sedientos los labios, despedazado el corazón, bañado de lágrimas el rostro, tendiendo en vano los brazos a la patria? ¡Mucho han de perdonar los que en ella pueden vivir a los que saben morir sin ella!
Heredia fue nombrado Poeta Nacional de Cuba y falleció el 7 de mayo de 1839, en la Ciudad de México.
El literato cubano fue considerado el primer poeta romántico de América, el iniciador del romanticismo en Latinoamérica y uno de los poetas más importantes de la lengua española.
La huella mexicana
La familia de Heredia radicó sucesivamente en la Florida y en Venezuela, hasta llegar a México, y luego de un par de años en la Isla que lo marcarían a fuego, recibió la condena del destierro: Boston, Nueva York y otra vez México.
Rosa Miriam Elizalde, en su texto “¿Y tú eterno serás?”, expuso que «la mitad de su vida transcurrió en tres ciudades mexicanas y en una de ellas, la capital, dejó sus huesos hasta hoy extraviados. Se casó con Jacoba Yáñez y ahí nacieron y fallecieron tres de sus seis hijos».
México fue para Heredia campo de lucha y de esfuerzos. De lo que México representó para él, Martí comentó:
México es tierra de refugio, donde todo peregrino ha hallado hermano; de México era el prudente Osés, a quien escribía Heredia, con peso de senador, sus cartas épicas de joven; en casa mexicana se leyó, en una mesa que tenía por adorno un vaso azul de jazmines, el poema galante sobre el “Mérito de las mujeres”; de México lo llama, a compartir el triunfo de la carta liberal, más laborioso que completo, el presidente Victoria, que no quería ver malograda aquella flor de volcán en la sepultura nieve.
Heredia es considerado, además, fundador del periodismo cultural en México después de la independencia y su obra periodística es transcendental, no solamente para dicho país, sino para todo el continente.
La poesía de Heredia
Muchos de sus poemas reflejan una mezcla de la sensualidad tropical y de la melancolía soñadora, que se inspiran a menudo en su nostalgia. La fuerza y la belleza de la naturaleza y el enfoque en la individualidad emergen fuertemente en sus poemas.
Heredia vivió orgulloso de ser cubano y en su escritura se aprecian dos emblemáticos símbolos: la palma real y la estrella solitaria.
«En sus versos, la palma real se irguió para siempre majestuosa, brilló por primera vez con intensidad la estrella solitaria», así declaró Pedro Antonio García en su artículo «José María Heredia y los símbolos patrios», publicado en CubaHora en el año 2014.
El Poeta Nacional de Cuba proclamó en sus versos: “y la estrella de Cuba se alzaba/más ardiente y serena que el Sol”. En Vuelta al Sur, a su “Lira fiel, compañera querida”, convocaba: “en la lid generosa/tonarás con acento sublime,/cuando Cuba sus hijos reanime/ y su estrella miremos brillar”.
Para el poeta, la estrella es símbolo de soberanía, la expresión de un Estado verdaderamente libre e independiente. De esta manera también escribe en su poema «A Bolívar»: «Y resuena su voz, y soberana/se alza Bolivia bella,/ y añádase una estrella/ a la constelación americana».
Resulta innegable que, en la forja de la nacionalidad cubana, Heredia desempeñó un papel relevante. No únicamente por el símbolo de la estrella solitaria, sino también por habernos dotado de la palma real, como imagen sublime de la cubanía.