Emily Brontë: el espíritu que habita los páramos

Revista Muchacha
7 min readMay 12, 2022

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“¡Quisiera estar en campo abierto! ¡Quisiera volver a ser una niña, medio salvaje, fuerte y libre; reírme de las injurias, no enloquecer por ellas! ¿Por qué estoy tan cambiada? ¿Por qué a las pocas palabras se precipita mi sangre en infernal tumulto? Tengo la certeza de que volvería a ser yo misma si me hallara de nuevo entre los brezos de aquellas lomas. ¡Abre de nuevo la ventana de par en par y sujétala bien; aprisa!”

Emily Brontë, Cumbres Borrascosas (1847)

Por Lari Perez Rodriguez

El 30 de julio de 1818 llegaba a este mundo Emily Jane Brontë, quien lograría convertirse en una de las escritoras más importantes de la literatura inglesa.

En 1820, su familia se estableció en la región de Haworth, debido a que su padre, Patrick, había sido nombrado pastor de la rectoría. El pueblo estaba situado en la ladera de una escarpada colina rodeada de páramos y de otras muchas colinas entrelazadas y sumamente empinadas, que lo aislaban, casi por completo, de cualquier población vecina. Sin dudas, este escenario inhóspito y solitario produjo un gran impacto, tanto en la pequeña Emily, como en sus hermanos.

El constante vínculo con la naturaleza, y la ausencia de restricciones propias de la ciudad, hicieron que aflorara en ella una tenacidad indomable, así como un ansia infinita de libertad. Aquel paraje se convirtió en un elemento indivisible de su ser, llegando a añorarlo si se encontraba lejos. Sobre esto, su hermana Charlotte escribió en alguna ocasión:

Emily amaba los páramos. Para ella en los brezales más sombríos florecían flores más brillantes que las rosas. De un lóbrego hueco en la lívida pradera de una colina, su espíritu podía hacer un Edén. Encontraba en los desolados campos solitarios muchos y gratos placeres, y no el menor ni el menos querido era el de la libertad[i].

Luego de doce felices meses en su nuevo hogar, María Branwell, su madre, cayó enferma con cáncer de estómago y falleció. Este suceso afectó profundamente a su padre, quien nunca volvería a ser el mismo. Sería la hermana de su madre, Elizabeth, quien ahora se haría cargo de la familia. Tanto la tía, como como el señor Brontë, cuidaron de dar a los niños una buena educación. Se les instruyó en literatura, historia, geografía y gramática, además de promover en ellos la lectura de los clásicos.

Ante la necesidad de una educación más formal, María y Elizabeth (las hermanas mayores) fueron enviadas a estudiar a un nuevo colegio para hijas de clérigos, en Cowan Bridge. Las restricciones físicas y morales a las que estuvieron sometidas terminaron enfermándolas de tuberculosis. Debido a sus débiles constituciones, ambas fallecieron. María contaba con once años, y Elizabeth con diez.

Luego de este trágico incidente, el señor Brontë decidió sacar a Charlotte y a Emily de aquella escuela, pues, ambas llevaban cerca de diez meses allí. El regreso a casa, y el aislamiento de los niños, dio cabida a la creación conjunta de un mundo de ensueños y fantasías. Charlotte y Branwell (el único hijo varón) fundaron el reino de “Angria”, conquistado y gobernado por el duque de Zamorna y su malvado padrastro Northangerland; mientras Emily y Anne se retiraron a una isla imaginaria en el Pacífico Norte, denominada “Gondal”, sobre la que reinaba la heroína, apasionada e irresistible por su belleza y virtudes, Augusta Geraldine Almeda.

Para Emily, “Gondal” no era solamente un juego o un escape de la realidad; en su diario se pueden apreciar disímiles pasajes que dan muestra de la unión profunda en su ser entre el mundo imaginario y la vida real.

En 1935, Emily acompaña a su hermana Charlotte a “Roe Head”, un internado en el que esta fungiría como profesora. Este fue un tiempo de desdicha y aguda nostalgia para Emily. Sobre el mismo Charlotte escribió:

La libertad era el aliento de Emily; sin ella perecía. El cambio de su casa a la escuela, de su propio modo de vida, silencioso, apartado, pero sin sujeciones artificiales, a otro de rutina disciplinada (aunque bajo los más bondadosos auspicios) era lo que no podía soportar. Su naturaleza probó ser aquí demasiado fuerte para su entereza. Cada mañana, al despertar, la visión de su casa y los páramos le asaltaban para oscurecer y entristecer el día que empezaba. Ninguno conocía su mal, excepto yo. Demasiado lo sabía. En esta lucha su salud no tardó en quebrantarse: la palidez de su rostro, su delgadez, sus fuerzas debilitadas, amenazaban un rápido decaimiento. Me dio en corazón que moriría si no volvía a casa, y con esta convicción conseguí que se la hiciera regresar[ii].

Los años que van de 1835 a 1841 estuvieron impregnados por una dolorosa lucha interior. A las tres hermanas se les hacía casi imposible adaptarse a los límites convencionales del mundo exterior, en el que habían de ganarse la vida.

En el otoño de 1845, Charlotte descubre casualmente un manuscrito que contenía varios poemas de Emily. Ella, convencida del valor artístico de la obra, le insiste a su hermana para que los publique. Tal acto de invasión a su privacidad generó en Emily un enfado e indignación que le duró por días. Aquellos versos eran íntimos, y nunca se los había mostrado a nadie. Aun así, bajo la insistencia de su hermana mayor, Emily accede y, en mayo de 1846, Aylloy & Jones de Londres editará un pequeño volumen titulado Poemas de Currer, Ellis y Acton Bell. Los tres pseudónimos (que corresponden sucesivamente a Charlotte, Emily y Anne) fueron adoptados, en gran medida, debido a los prejuicios que existían respecto a las mujeres escritoras en esa época.

Solo lograron vender dos ejemplares. Ellis fue el más elogiado de los tres hermanos, por poseer “un espíritu delicado y singular además de una evidente facultad de remontarse hacia alturas insospechadas”. A día de hoy, Emily Brontë es considerada una de las poetas más importantes de la literatura inglesa, y cabe resaltar que Alejandra Pizarnik admiraba mucho su poesía.

En 1847, Emily publica, bajo el mismo pseudónimo, su única novela: Cumbres Borrascosas (Wuthering Heights).

Aunque ahora se considera un clásico de la literatura inglesa, el recibimiento inicial de la obra no fue bueno. Pese a la herencia romántica que reposa en la atmósfera victoriana, la esfera intelectual estaba aferrada al racionalismo del siglo anterior. En el campo de las letras, la noción de “novela” continuaba sin asentarse. Esta era vista como un mero pasatiempo, y, en ocasiones, se la consideraba perniciosa, debido a que evadía la realidad.

Prevaleció, durante esta época, una visión de la literatura como actividad puramente emotiva y didáctica — la llamada función social y moral del escritor. El arte se encontraba bajo el influjo de las dos corrientes principales que impregnaban en esta era: evangelismo y utilitarismo, ambas sembradoras de un recelo total hacia lo artístico e imaginativo en el primer caso, y hacia lo especulativo y teórico en el segundo. En la práctica, esta postura acarrearía una confianza ilimitada en el sentido común del individuo, de ahí que, los críticos del siglo XIX, no se preocuparan en analizar la obra en sí misma, sino la vida del autor, en busca de evidencias de criterios tales como la sinceridad, la convicción de los sentimientos, las creencias… y otros semejantes, información que utilizarían para juzgar la cualidad artística de su obra.

Son estas peculiaridades de la crítica las que marcarán de forma notable los primeros juicios del mundo literario victoriano en torno a la novela de Emily Brontë. Sin dudas, el hecho de que fuera mujer, acompañado de las extraordinarias circunstancias que rodearon su vida, dieron pie a la formulación de todo tipo de hipótesis y suposiciones acerca de su personalidad, oscureciendo así, la calidad y los valores artísticos de su obra.

Cumbres Borrascosas es una apasionada historia de amor que rebasó los límites impuestos por la moral ortodoxa imperante. Las pasiones que en ella se recrean son violentas y tormentosas. Sus complejos personajes pueden llegar a martirizarnos, confundirnos… somos capaces tanto de odiarlos, como de compadecernos de ellos. Al leerla, nos descubrimos abrumadas por su intensidad.

Como cabía esperar, las mentes conservadoras catalogaron la historia de “desagradable” y la consideraron “ruda” en el tono. Muchos ni tan siquiera comprendieron su estructura. Concibieron a los personajes como “diabólicos y crueles”, y condenaron la obra de “inmoral”.

No obstante, lo que muchas veces se obvia, es que también existieron opiniones hermosas y sensibles alabanzas. Algunos, no muchos, fueron capaces de notar su originalidad y grandeza.

En 1848, fallece su hermano Branwell y, en su funeral, Emily cogió algo de frío, lo que se transformaría en tos y catarro persistente. Su enfermedad se agravó progresivamente, pero ella decidió continuar con sus obligaciones caseras, negándose a recibir ayuda o algún tipo te atención médica. Sería así que, el 19 de diciembre de 1848, la tuberculosis acabó con su vida. Se encontraba recostada en el sofá del salón, el mismo que años antes vio nacer su mundo de fantasías. Tenía tan solo treinta años.

[i] Memoir of Emily Jane Brontë by Charlotte Brontë, ed. Basil Blackwell, Oxford, The Shakespeare Head Press, 1934, p. xxii

[ii] Memoir of Emily Jane Brontë by Charlotte Brontë, ed. Basil Blackwell, Oxford, The Shakespeare Head Press, 1934, p. 134

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