Feminismos hoy

Revista Muchacha
12 min readMar 4, 2023

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Imagen tomada de thetricontinental.org

Claudia Alejandra Damiani (Colectivo Cimarronas).

El siguiente texto tiene como objetivo explicar y aclarar las principales dudas que existen sobre el feminismo en la Cuba de hoy.

Muchacha lo comparte con el consentimiento de la autora.

¿Qué es el feminismo?

Antes de definir qué es feminismo, conviene dejar claro qué No ES, dados los prejuicios y tergiversaciones que existen sobre el término:

El feminismo no es el equivalente femenino del machismo, no aboga por la dominación de la mujer sobre el hombre ni es una guerra de sexos que divide la lucha por la justicia social en hombres y mujeres. Tampoco es una cuestión secundaria que se pueda postergar en post de otras luchas.

Por eso decir “no soy feminista ni machista” es un sinsentido; quien sinceramente abogue por la justicia social y piense que no existen grupos humanos “mejores” que otros, si es consecuente, es feminista. Pues no se trata de dos extremos. El machismo consiente y reproduce la discriminación de un grupo de personas por causa de su sexo, su identidad de género o su orientación sexo-afectiva, mientras que el feminismo supone que las personas deben ser socialmente iguales, independiente de sus diferencias biológicas.

El Patriarcado es un problema de la estructura social, no de individuos, por lo que el feminismo no puede ser una solución individual. Es una lucha colectiva y política por la emancipación de todas y todos. Que existan mujeres empoderadas que individualmente han conseguido sobreponerse a la opresión patriarcal, no es un ejemplo de feminismo ni, mucho menos, un ejemplo de que la desigualdad de género no existe. Constituyen excepciones, aunque, que cada vez sean más, da cuenta de los avances en materia de emancipación colectiva.

El feminismo es una teoría y una práctica política que se basa en la justicia e implica una toma de consciencia de la opresión que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres o cualquier persona que se desvíe de la norma construida e impuesta socialmente de masculinidad y feminidad que se presenta como natural e inmutable.

De lo que se desprende que los hombres, a pesar de ser sujetos de privilegio en el sistema de dominación patriarcal, son, también, sus víctimas, son «dominados por su dominación»; pues el machismo no es una ideología particular de ellos, sino de la sociedad y, tanto las mujeres como los hombres reproducen y sufren el machismo, desde roles distintos, porque ambos son producto y están atados al sistema de dominación patriarcal.

El feminismo es un hijo no deseado de la Ilustración, cuando por primera vez en la Historia se plantea que los seres humanos pueden ser iguales y tienen derecho a ser libres. Y como los seres humanos todavía no somos ni iguales ni libres, el feminismo sigue teniendo vigencia; pues, aunque la situación de la mujer del siglo XVIII hacia acá ha mejorado considerablemente, la igualdad de género aún no es un hecho (apenas un ejemplo se tiene al preguntarse quién realiza la mayor parte de las labores hogareñas, quién se ausenta en el trabajo cuando se enferma un niño o quén ha sufrido acoso sexual desde edades tempranas) e, incluso, es posible retroceder en las conquistas alcanzadas (basta con mirar lo que ha ocurrido en otros países con los derechos de las mujeres y de los grupos históricamente oprimidos, cuando la ultraderecha toma el poder).

¿Por qué feminismos en plural?

Muchas veces se ha dicho que no puede hablarse de feminismo en singular, si no de feminismoS y esto, contrario a lo que se piensa, no es un resultado exclusivo de la atomización de las luchas sociales en la segunda mitad del siglo XX. El feminismo se escinde casi desde su origen, pues, salvo por encontrarse en situación de supeditación respecto al hombre, las mujeres no constituyen una comunidad.

Esto se debe a que, como explica Simone de Beauvoir en su introducción a El segundo sexo, las mujeres “no tienen medios concretos para agruparse en una unidad que se afirme al oponerse. No tienen pasado, historia, religión propias; tampoco tienen como los proletarios una solidaridad de trabajo y de intereses (…) Viven dispersas entre los hombres, vinculadas más estrechamente por el hábitat, el trabajo, los intereses económicos, la condición social, a algunos hombres — padre o marido — que a otras mujeres. Las burguesas son solidarias de los burgueses y no de las mujeres proletarias; las blancas de los hombres blancos y no de las mujeres negras.”

Antes de la Ilustración ya se denunciaba la situación de carencia en que vivían las mujeres por ser mujeres, pero no se cuestionaba el origen de esa subordinación. Sin embargo, las declaraciones reivindicativas de las mujeres Ilustradas vinculadas a la Revolución francesa (Vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft y Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana de Olimpia de Gouges) enfatizan que las relaciones de dominación masculina sobre las mujeres son construcciones sociales, no designios divinos ni de la naturaleza; razón por la que se les considera las primeras demandas feministas. Estas apelaban al reconocimiento de la capacidad ciudadana de la mujer (ámbito de los derechos y bienes liberales) y el acceso a la educación. Pero esta comunión de demandas feministas para todas las mujeres, duró lo que la alianza obrero-burguesa en derrocar al Feudalismo.

Con la llegada del siglo XIX y la instauración plena del Capitalismo, las mujeres de la clase obrera se incorporan al trabajo asalariado en la industria como mano de obra más barata y menos reivindicativa que los hombres. Mientras que, en la burguesía, las mujeres estaban supeditadas al ámbito doméstico y no se les permitía trabajar, como trofeos, eran símbolos del poder de sus maridos. Así las demandas feministas se bifurcaron entre el sufragismo, que pone como objetivo principal la conquista de los derechos ciudadanos y es representativo de los intereses de las mujeres de clase media y acomodada, y el feminismo de clase, que, junto al marxismo, defiende que la mera igualdad ante la ley no es condición suficiente para la justicia social en una sociedad basada en el privilegio de unos para explotar a otros.

Tampoco fue nunca equiparable la situación de las sufragistas norteamericanas (a quienes la defensa de la interpretación individual de los textos sagrados del protestantismo permitió una educación y participación en el ámbito público de la iglesia) con la de las mujeres negras esclavas; aun cuando el sufragismo en ese país nació ligado al movimiento de abolición de la esclavitud. Pues, mientras las mujeres de clase media reclamaban la independencia económica mediante el derecho al trabajo remunerado, cuya negación se sostenía en la debilidad de su sexo, con las mujeres negras nunca se tuvieron tales “consideraciones” y, como para todos los esclavos, estaba prohibido y castigado con la muerte aprender a leer y a escribir.

Para cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, en la mayoría de los países desarrollados y en aquellos donde se habían dado los procesos de descolonización, era ya una realidad el voto femenino y el acceso a la educación superior; además, el regreso de los hombres desde Frente hizo innecesaria (otra vez) la participación de las mujeres en las actividades productivas a las que se habían sumado durante la guerra, volviendo a confinarlas a sus casas y al “deber” de la maternidad, dado el número de muertos producidos por los conflictos bélicos. Así, muchas mujeres abandonaron la militancia o, al menos, su énfasis en la reivindicación de la mujer.

En este contexto surge el feminismo liberal, como respuesta al malestar que aquejaba a las amas de casa de clase media norteamericana, mujeres con estudios universitarios que no ejercían sus profesiones y embebidas en la bonanza de la sociedad de consumo, a quienes el mandato social otorgaba el rol de ama-de-casa-madre-de-familia sin posibilidades de otra forma de realización profesional o personal. El feminismo liberal define la situación de las mujeres como una desigualdad, no una opresión o una explotación, y plantea como solución la reforma del sistema con el fin de lograr la inclusión de la mujer en la esfera pública, los cargos políticos y el mercado laboral.

Sin embargo, las contradicciones del Sistema sexista, racista, clasista e imperialista, habían fomentado el nacimiento de una Nueva izquierda y el resurgir de diversos movimientos sociales radicales y contraculturales. Al seno de estos movimientos (cuyo objetivo no era reformar la vieja sociedad, sino crear la nueva) las mujeres constataron que se repetían las mismas jerarquías de género. Estas insatisfacciones engendran al Feminismo radical, en el sentido marxista de la palabra: que va a la raíz misma de la opresión. Herederas de la «revolución sexual» de los años sesenta, pero desde una actitud crítica, identifican los centros de la dominación patriarcal en el ámbito de la vida privada, en las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad. («lo personal es político», diría en su libro Política sexual, Kate Millett.

Los grupos de autoconsciencia y el carácter antijerárquico y desestructurado de los grupos radicales favoreció la atomización del movimiento en diversos feminismos, que, para 1975, ya estaba desbordado, pues, aunque se propugnara la unidad de las mujeres, su ya mencionada ausencia de medios concretos para agruparse, tendió y tiende a dividirlas en feminismos cada vez más específicos.

Ahora bien, aunque la diversidad no es algo negativo, conviene recalcar la necesidad de la unidad en esa diversidad. Los feminismos tienen que ser una lucha de y para las mayorías; no una lucha exclusiva y excluyente.

En la actualidad, las diferentes corrientes del feminismo se mueven entre un feminismo con voluntad de integrar a otros y con potencial, por tanto, de convertirse en una fuerza de transformación social; y un feminismo que tiende a la contracción, con la excesiva determinación de su sujeto político (bajo premisas esencialistas y naturales) y la asunción de que son los dueños exclusivos de sus reivindicaciones. La necesaria ampliación de los beneficiarios de las reivindicaciones feministas incluye, además de la comunidad LGBTIQ, a los hombres, cuyo malestar capitaliza oportunistamente la extrema derecha contra el feminismo, acusándolo de declarar la guerra a la mitad de la sociedad (tal como el fascismo a menudo capitaliza el descontento de las clases trabajadoras) y produciendo la falsa impresión de que el malestar contemporáneo de los hombres se debe, principalmente, a los avances del feminismo.

Como señala la feminista española Clara Serra en su artículo Un feminismo para todo el mundo: «si reflexionar sobre la masculinidad desde el feminismo es políticamente transformador es, precisamente, porque puede mostrar no tanto los éxitos como las fallas, las brechas o los fracasos a los que los hombres están abocados en un sistema capitalista y patriarcal. Como dice Bell Hooks, el relato de que el dominio sobre las mujeres reporta siempre privilegios, éxitos y beneficios a los hombres es justamente funcional para el adoctrinamiento masculino, que, para reclutar a los hombres, debe ocultar todos los fracasos y malestares a los que les arroja una sociedad patriarcal.»

«¿Cómo es posible que sean voces reaccionarias las que hablan de los altos índices de suicidios masculinos, de los accidentes mortales de tráfico o de las muertes violentas que padecen los hombres? ¿Cómo puede ser que los males que justamente el patriarcado genera en los hombres sean usados como un argumento contra el feminismo y no a su favor?»

Si no existe la comunión de las mujeres, ¿significa que la causa del feminismo puede postergarse o supeditarse a la supresión de otras formas de explotación?

No. Como demuestra la propia historia de las luchas de las mujeres por su emancipación, aunque estas se hallen dispersas y más vinculadas al grupo social al que pertenecen que a las mujeres de otros grupos sociales, sus intereses como género no se ven representados en estos. Así, frente al nacimiento del feminismo y la participación femenina en la Revolución francesa (portadores, también, de las reivindicaciones por y para la burguesía naciente y aún revolucionaria), la defensa de los derechos femeninos solo encuentra la guillotina, la injuria y el código napoleónico que condena a las mujeres a la perpetua minoría de edad, negándole toda la capacidad ciudadana que conquistó para los varones al derogar los privilegios de cuna, pero no los de sexo. Aunque el sufragismo norteamericano surge en el seno de movimiento abolicionista de la esclavitud, y la primera novela antiesclavista, La cabaña del Tío Tom, fuera escrita por una mujer; cuando en 1866 se presenta la Enmienda a la Constitución que concede el voto a los esclavos, lo niega explícitamente a todas las mujeres, sin que el movimiento antiesclavista se oponga. Como mismo en Guáimaro los independentistas cubanos desestimaron la petición de Ana Betancourt de incluir la liberación de la mujer junto a la liberación de los esclavos negros y de la Patria.

Son conocidos los reproches de Lenin a Clara Zetkin por conceder demasiada atención a cuestiones exclusivamente femeninas en las reuniones con las obreras. Aunque, la Revolución soviética incluiría a Alexandra Kollontai y sus ideas feministas en su gobierno y políticas, con lo que se liberalizan las relaciones familiares y sexuales con la aprobación del divorcio, el derecho al aborto, los salarios de maternidad y las guarderías…; medidas que luego son derogadas u obstaculizadas tras la llegada de Stalin al poder. La expansión de la democracia con la conquista del derecho universal y la participación de las mujeres en las Guerras Mundiales en roles hasta entonces reservados a los hombres, se contrarresta con la mística de la feminidad que las encadena al hogar y a la familia. Y es que, incluso, la incorporación de la mujer al trabajo asalariado en ningún caso estuvo acompañado de la incorporación del hombre a las labores del hogar y a los cuidados. Finalmente, a la sacudida del feminismo radical que aboga por la lucha colectiva para la liberación femenina en la esfera privada, se antepone el neoliberalismo y la reacción conservadora de los años ochenta, liderada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

El patriarcado es el sistema de dominación más antiguo que existe porque surge de la propia especialización del trabajo y sus relaciones de poder se estructuran en el ámbito de la vida privada y familiar, las oprimidas están unidas a sus opresores por lazos de afecto y comunión de intereses; por eso, también, es el más naturalizado y difícil de reconocer en sus prácticas opresivas. Si la superación de las desigualdades de género no se considera objetivo de la lucha por la justicia social, al mismo nivel que la supresión de la explotación de clase y todas las otras formas de dominación, no se realizará efectivamente ni, tampoco, la justicia social plena, porque no hay igualdad social cuando la mitad de la población se encuentra subordinada a la otra mitad.

¿Es el feminismo instrumental al capitalismo?

Aunque el patriarcado sea un sistema de dominación muy anterior al capitalismo, al segundo le es funcional el sometimiento de la mujer para que se ocupe del cuidado de los hijos, los enfermos y de la casa sin esperar remuneración por este trabajo y librando al Estado de dar una solución social a estas cuestiones, que, a fin de cuentas, permiten a los trabajadores mantenerse con vida y disponibles para vender su fuerza de trabajo al Capital. También, mantiene a las mujeres susceptibles de convertirse en mercancía, no ya solo para vender su fuerza de trabajo más barata, sino, su sexualidad y su capacidad reproductiva.

No obstante, hemos dicho que existe un feminismo liberal que se propone reformar el Sistema en lugar de subvertirlo. Este tipo de feminismo es perfectamente digerible por el capitalismo, precisamente, porque su sujeto político son mujeres con privilegios de clase. Las empresarias empoderadas pueden librarse de las tareas reproductivas del hogar y los cuidados, porque pueden pagar para que otra persona realice ese trabajo por ellas (probablemente otras mujeres, que además de limpiarle la casa, cocinarle y cuidarle los hijos o los familiares enfermos, tendrán que cuidar sus propios hijos y familiares y ocuparse de sus propias casas, o, incluso, renunciar a tenerlos). De lo que se desprende que, con las reformas del feminismo liberal no todas las mujeres van a emanciparse, porque no es un feminismo pensado por y para todas.

Igualmente, los feminismos que tienden a contraerse en una delimitación identitaria tan específica que se vuelve excluyente, son instrumentalizables por el capitalismo pues mantienen aislados a los distintos sectores politizados e inconformes con la realidad, impidiéndoles constituirse en una fuerza social de cambio.

No obstante, todos estos feminismos, señalan un síntoma real de la enfermedad patriarcal que sufre el capitalismo: la desigualdad de género; aunque se equivoquen en la solución propuesta, que, como es paliativa, no cura el mal de raíz.

Quizá esto explique que se destinen recursos del gobierno norteamericano o de millonarios filántropos para financiar ONGs que promueven agendas “progresistas” y que, en realidad, encubren agendas de cambio de régimen y mecanismos de evasión de impuestos. Pues el malestar de las mujeres y otros grupos oprimidos es real y es preferible canalizarlo hacia formas individualistas y enajenadas de lucha identitaria, que arriesgarse a que se constituyan en fuerzas revolucionarias.

La solución no puede ser renegar del feminismo, sospechando que tras cualquier iniciativa o mención está el financiamiento de Soros; esto es un conspiracionismo ridículo. No se puede juzgar una propuesta política solo con base al nombre con que se auto define. La existencia de feminismos instrumentales al capitalismo, tampoco niega la existencia de feminismos completamente indigeribles por este, por suponer la superación de la organización social basada en la explotación de unos grupos humanos por otros como condición indispensable para la igualdad de género y por su potencialidad de canalizar el malestar que el capitalismo engendra en una lucha anticapitalista. A esos feminismos, Soros no les pondría un centavo, pues la derecha casi nunca se equivoca en sus afectos (como alertaba Benedetti). Existen muchas corrientes de socialismo no marxista, incluso existen socialismos de corte reformista, como la socialdemocracia, sin que por ello caiga sobre el término “socialismo” el estigma de la sospecha. El único que se favorece con que las revoluciones sociales renieguen del feminismo revolucionario es el propio capitalismo, que canalizará la precarización de la situación de la mujer hacia formas de activismo que no lo cuestionen ni atenten contra su supervivencia.

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