Historias con amor

Por Zaida Fabars, Carmen Maturell y Gabriela Orihuela
Diseños: Dianna Herrera Díaz
Hoy, en un día tan especial para todas las madres, abuelas, tías, hermanas, compañeras, Muchacha quiere celebrarlo compartiendo algunas anécdotas de quienes maternan con el corazón.
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Si de anécdotas e historias se trata, mi abuela se lleva el Premio Gordo. Desde que estaba de meses intuía cómo me sentía hasta el punto de no necesitar ir al hospital porque sabía lo que me pasaba y con solo un “té mágico” se me calmaba la tos o el dolor de estómago.
Cuando apenas tenía cuatro años y, habitualmente sufría episodios de falta de aire, no comía bien y me costaba trabajo respirar; sin tener una bata de médico, solo con su intuición y su experiencia como madre me diagnosticó adenoide, padecimiento que ni los médicos, en un principio, pudieron descubrir, pero ella con esa sapiencia que la acompaña lo supo sin ser experta.
Así ha sido durante estos 25 años. Me conoce tan bien que basta con preguntarme qué o cómo me siento para saber qué mal me acongoja, así es mi abuela con quién comparto, además, la dicha de cumplir años el mismo día. Nadie mejor que ella para conocerme.

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Con mi mamá tengo tantos recuerdos que relatarlos sería un escrito infinito. Pero unos de los que rememoro con cariño es de cuando era niña, tendría alrededor de 5 o 6 años.
Siempre que ella terminaba de bañarme me cargaba envuelta en la toalla y jugábamos al escondido, o a las vampiras donde ella era una vampira y yo tenía que escapar. El juego terminaba entre carcajadas, mi mamá haciéndome cosquillas y las dos riendo a la par.
También recuerdo nuestros bailes. Nos plantábamos en el pasillo de la casa a idear coreografías. Mi mamá, así cansada del trabajo y con su sonrisa amplia, me seguía los pasos y las dos, bailando, éramos felices.
Maternar es complicado, lo intuyo por todas las madres que me rodean. Para ellas los hijos y las hijas seguirán siendo su retoño, el pedazo de su corazón más preciado. Mi mamá me demuestra todos los días que me ama, aunque nos separan kilómetros de distancia. Ella no es muy hábil con la tecnología, pero en sus intentos de estar actualizada me manda sticker de buenos días, me escribe para saber de mí y, por último, se despide con un «te amo».

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Mi madre es una heroína. No tengo dudas de ello. Cada historia que pudiese contar se queda pequeña al lado de todos los momentos lindos que hemos vivido juntas.
Mi madre conoció de mi existencia en los últimos meses de un matrimonio fallido, pero no dudó en tenerme y darme una bella familia. Aunque, ha decir verdad, casi estropea el nacimiento. ¡Vaya nombre quería ponerme! Chandralekha, en algún lado leyó que era el nombre de la primera india rebelde; le agradezco mucho que haya cambiado de idea.
Mi madre, mi abuela y yo fuimos una casi toda la vida. Ambas me enseñaron a compartir todo lo que tuviese, a amar a los animales y proteger la naturaleza, mi madre — junto a mi tío/padre — me inculcó la pasión por leer y escribir, mi madre me cantaba y yo no tengo sus dotes artísticas; mi madre no sabe bailar y aun así lo hacía conmigo porque conoce lo mucho que me gusta.
Mi madre lloró el primer día que fui a la escuela. Ella ansiaba que yo, como otros niños y otras niñas, también llorase o reclamase su presencia; en cambio, pedí que se fuese porque tenía que ayudar a la maestra y cuidar el aula. Y es que, sin proponérselo, me hizo independiente a temprana edad.
Mi madre respiraba cada vez que le decía qué profesión estudiaría cuando creciese; pasé por muchas: maestra, psicóloga, psiquiatra, diplomática …en cada conversación sobre el tema solo me decía: «haz lo que realmente te guste y prepárate mucho en eso que elijas». Hoy, en una profesión que nunca dije, siento sus palabras más latentes que nunca.
Mi madre, por cierto, el día que hice las pruebas de actitud para mi carrera, se quedó pendiente todo el día — ¡vaya día — para conocer los resultados. Cuando la llamé para decirle que había aprobado, sentí una felicidad inmensa. Han pasado casi ocho años de aquel momento y todavía conserva el número que me asignaron para los exámenes al lado de una velita.
Mi madre tiene un carácter fuerte y la sonrisa más hermosa que existe; yo le recuerdo más lo primero que lo segundo y me arrepiento por eso. ¡Debo decirle más veces que la amo y es, en definitiva, la heroína de mis días!