Historias que no se cuentan (I): ¿embarazada?
Por Beatriz Yero Wilson
«Ansiedad» era lo que aparentemente le hacía a Laura[*] querer comer en todo momento, incluyendo en las madrugadas. La Covid-19 había obligado a todos a quedarse en casa y para ella, una joven de diecinueve años, deseosa por comenzar su primer curso en la universidad, era bastante complicado.
Pasaban los meses y su cuerpo iba cambiando. Siempre fue una muchacha delgada, pero mientras más comía debido al nerviosismo, más subía de peso, algo que todos a su alrededor encontraban completamente normal y por lo que, incluso, se alegraban: «Ahora sí estas bonita», «Mantente así, que estás muy bien» …le decían.
El periodo menstrual de Laura solía ser bastante regular, con un sangrado de siete días; sin embargo, hubo un momento en el que comenzó a acortarse, llegando a una duración de cuatro días. Para ella era una señal de alarma, por lo que acudió a su madre, quien, en un principio, respondió que eso era natural, pues, a ella también le había pasado. Pero, para salir de las dudas, ambas decidieron conseguir un test de embarazo.
El resultado de la prueba fue negativo y, poco después, ese mismo día, Laura volvió a menstruar. El tiempo del confinamiento fue bastante monótono… excepto el 11 de agosto del año 2021.
A tempranas horas de la mañana, a Laura la sorprendió un fuerte dolor de estómago, acompañado por una sensación de asco. Su madre le proporcionó todo tipo de cocimientos y pastillas para el malestar; pero arribaron las seis de la tarde, el dolor era más intenso y su barriga comenzaba a tomar un aspecto duro y puntiagudo. No quedó más remedio que ir al hospital.
A simple vista, la doctora percibió un embarazo que toda la familia negó rotundamente. ¿Cómo podía estar embarazada una joven que menstruaba con regularidad y hacía ejercicios diarios? Una úlcera, quizás, o algo peor, decretaron sus parientes luego de que se le realizara un examen físico. Las demás prueban no se hicieron demorar: análisis de sangre, electrocardiograma, rayos X; y hasta un cirujano aguardaba los resultados para iniciar su trabajo.
Pero no se pudo esperar más.
Todos agobiados — la joven, por el dolor; y sus padres, por la incertidumbre de no saber qué tenía su hija — , fueron inmediatamente a la sala de ultrasonidos. La persona de guardia era una joven doctora, cuyo rostro Laura no olvidaría nunca, mucho menos su voz, que fue la que, con asombro, expresó: «Ella está embarazada…y de parto».
¿Embarazo críptico?
Nadie se lo imaginaba. Los padres dejaron ver, luego del estupor, una expresión de felicidad incomparable; en realidad, ya se habían planteado que sucedería lo peor y nada podía contentarlos más que el hecho de regresar a casa con un bebé en brazos, tras haber lidiado con la posibilidad de perder a su hija.
A Laura, sin embargo, se le caía el mundo encima. Sus gestos eran de sorpresa, desesperación y confusión. «No puede ser posible», fue todo lo que alcanzó a decir antes de que su cerebro entrara en shock.
El personal médico le hizo varias preguntas, a las que respondió su madre, pues, ella no estaba en condiciones. Solo logró reaccionar cuando el ginecólogo de guardia le explicó que aquel no era un Hospital Materno: «Son escasas las condiciones para traer al mundo a un bebé: no sabemos cómo vaya a salir todo y prescindimos de oxígeno para un recién nacido. Tu hemoglobina está en 8 y, este hospital, lleno de personas con Covid-19. Trata de aguantar, no puedes dar a luz aquí».
Por suerte, en menos de cinco minutos, llegó la ambulancia que la trasladaría. No recuerda cómo se subió en aquel transporte, ni siquiera por donde entró al nuevo hospital; pero allí nació su niña.
Durante el tiempo que estuvo ahí, la mente de Laura fue un caos. Todas las enfermeras la agobiaron con preguntas para enterarse del «chisme» y la ginecóloga que le realizó el parto la culpó por su situación. Ella solo pudo llorar. Le hablaron de curas y ella desconocía qué eran; le indicaron ponerse fomentos, pero no dominaba la forma de hacerlos; los pañales, obviamente, no sabía cómo ponerlos…
Aunque Laura y su niña estaban bien de salud, ese día y los tres meses que le siguieron fueron demasiado complejos para ella, sobre todo psicológicamente. No había manera de que comprendiese que aquella pequeña en la cuna había salido de su vientre; y lloraba en el balcón, por las noches… El apoyo de sus padres fue crucial para que, finalmente, lograra crear un vínculo sano con su hija, el cual jamás dejó de ser difícil.
[*] Para preservar la identidad de las personas implicadas, se han utilizado pseudónimos a lo largo del texto.