Historias que no se cuentan (VIII): las expertas hablan
Por Beatriz Yero Wilson
Cuba es un país que, desde el inicio de la revolución, se enorgullece de sus dos pilares fundamentales, los sistemas de Salud Pública y de Educación, sin embargo, enfrenta un reto ya no tan silencioso: el embarazo adolescente.
Aunque se tienen avances en cuanto al acceso a la salud sexual y reproductiva, la realidad es que la cifra de embarazos en la adolescencia aún es preocupante. Detrás de las estadísticas se esconden historias de vidas tronchadas, sueños que se postergan y una batalla constante por construir un futuro.
Hoy, luego de haber expuesto en el artículo pasado la historia de Doris*, Muchacha pretende mostrar la complejidad del problema, explorar las causas, consecuencias y posibles soluciones teniendo en cuenta la experiencia de dos investigadoras del tema.
Pudimos conversar con Ana Isabel Peñate, profesora e investigadora titular en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Programa Cuba), perteneciente a la Universidad de La Habana, quien consideró que, en los últimos años, este fenómeno ha ido en ascenso.
Asimismo, señaló como causas del embarazo a destiempo: el inicio temprano de relaciones sexuales, acompañado de una escasa comunicación entre padres/madres e hijos/as — los temas sexuales se consideran tabúes al interior de las familias — y una insuficiente educación integral de la sexualidad.
«Las adolescencias comienzan a tener relaciones sexuales con penetración sin estar aptos biológicamente ni psicológicamente para ello. Aunque, también, pueden existir, en las familias, una reproducción de patrones de conducta, en tanto son hijas de madres adolescentes o madres solteras, nivel educacional bajo y amistades con comportamientos de riesgo», comunicó la investigadora.
Al respecto la especialista Natividad Guerrero Borrego, nuestra esegunda entrevistada, comentó:
«Las principales causas están relacionadas al desconocimiento, a que no le dan importancia a quedar o no embarazadas, a la desprotección, a la falta de anticonceptivos, a su vez, no le dan importancia al tema de la preparación, de la necesidad de que las muchachas puedan ser independientes y puedan valerse por ellas mismas. Aún existen muchas familias que piensan que la mujer es de la casa».
Durante la conversación, Ana Isabel Peñate dijo que las últimas investigaciones realizadas respecto al tema en cuestión señalan conductas de riesgo como «tener más de una pareja sexual, una pareja mayor de 20 años, el bajo conocimiento sobre salud sexual y reproductiva y/o la no reincorporación a los estudios».
«Nos indican los estudios que después de la maternidad es mayor la desventaja social respecto al resto de las adolescentes, pues no continúan con el desarrollo esperado para su edad, se interrumpe su preparación para el futuro y quedan sin herramientas para desempeñarse en el ámbito laboral. Son mayores las tasas de adolescentes amas de casa y, también, se ha detectado que la zona de residencia constituye un diferencial relevante en el estudio de la fecundidad adolescente, la fecundidad rural es mayor que la urbana».
La madurez se asocia con la maternidad, mientras que la inmadurez se vincula con la falta de compromiso con el rol reproductivo. Al mismo tiempo, la masculinidad se asocia con la conquista sexual y la irresponsabilidad, lo que perpetúa una falta de compromiso con la prevención. Esta dicotomía que reduce a las mujeres a un papel reproductivo y a los hombres a un rol de conquistadores, cultiva, de cierta forma, el embarazo adolescente, perpetuando un ciclo de desigualdad y limitando las oportunidades para las jóvenes.
«Yo creo que las muchachas que quedan embarazadas no tienen idea de las expectativas de género, ni van por ahí, ese tema no es que les interesa, muchas ni siquiera lo conocen, ni luchan por la igualdad y por todo lo que les corresponde, sino estuvieran preocupadas por su protección. Al final existen dos anticonceptivos para los hombres y todos los demás son para mujeres, quiere decir que, incluso desde el punto de vista científico, existe un desbalance tremendo en cuanto a las posibilidades para unos/as y otros/as, entonces, en la cultura de esas muchachas no se incluye ningún tipo de análisis de género ni las desigualdades que se están viviendo actualmente», refirió Peñate.
En función de prevenir y ayudar con la maternidad a edades tempranas, se ha implementado, en Cuba, varias políticas públicas. Sin embargo, la realidad es que la eficacia de estas políticas se ve desafiada por la persistencia del estigma social, la falta de acceso a recursos y la necesidad de un enfoque más integral.
Ana Isabel Peñate señaló que tenemos el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres que contempla cuestiones referidas a la salud sexual y reproductiva como fortalecer la perspectiva de género y los derechos sexuales en todos los programas de salud en general; igualmente, contamos con el Código de las Familias, la Política Integral de Atención a la Niñez, la Adolescencia y las Juventudes.
«El problema de los programas y las leyes es que si la gente no lo conoce no se aplica, ya no importa que existan leyes o que estén normadas muchas cosas, cuando las personas que operan en derecho, por decirlo de alguna manera, no lo llevan a cabo, cuando las familias no conocen esas normas; en la escuela, en la vida, la gente no toma las leyes como parte del comportamiento cotidiano.
«Resulta fundamental la información para que entiendan sobre cuidado, protección, derechos, sino es muy difícil que las muchachas, muchachos y las familias comprendan lo importante que es y cambien sus comportamientos», aseguró Natividad Guerrero.
Sobre este punto, Ana Isabel Peñate consideró «válido influir en la sensibilidad y capacitación de agentes socioeducativos que serían piezas claves para poder alcanzar lo que los programas se proponen; esta educación debe trascender a los/as adolescentes y contemplar — al menos con algunas acciones — a la población adulta. Visualizar las brechas de género con relación al matrimonio/unión consensual/noviazgo temprano».
Las expertas coinciden en que los patrones familiares influyen; aunque las y los adolescentes crean que están preparadas/os, no es cierto ni desde el punto biológico ni psicológico. De igual forma, los programas de apoyo y las leyes no funcionan mientras se desconozcan o, simplemente, sean ignorados por los factores principales: las familias y las adolescencias. Por tanto, es evidente que el camino está en la información, la concientización y la sensibilización.