La flor de Pandano
Texto y fotos: Amalia Denise

Para llegar al Cañón de Santa Cruz no se puede tener los pies pesados de la ciudad. La montaña mientras más alta, más traga el cuerpo y el pueblo más cercano es un descanso de casitas apilonadas en la loma, de mercados que, por ser únicos, se encarecen; y una parada que se bifurca en el camino a casa y la carretera hasta Bahía Honda.
Los camiones se hacen esperar en San Cristóbal, municipio de Artemisa. Escupen gente embadurnada en olores de la cosecha y encogidas por la muchedumbre del remolque cuando se inclina en las lomas. El camino a casa se vuelve casi ocho kilómetros de piedras empastadas en tierra roja con un cielo debajo de cada pico montañoso. «Mejor en mulo», dicen los guajiros que viven de este suelo húmedo.

La casa parece el ombligo de una abolladura en la Sierra del Rosario. El lugar lo escogieron para que el viento no perturbe las planchas de aluminio que ya están aseguradas por sacos pesados. Tiene cierto encanto el contraste rojo-madera del techo con las paredes de tablas rodeadas de verde arbusto, palma, hierba, árbol.

El pandano lo trajeron unos estudiantes de biología que visitaron la casa. Es una palmera con raíces visibles, hojas largas, delgadas y frutos redondos como piñas. No es muy común verla. A pesar de ser declarada invasora, es una planta que se adapta, pero no se expande.
«Es muy tranquilo aquí, por eso me gusta», dice Dianelys que vive hace más de veinte años en esta casa, casi siempre dentro, entre dos cocinas: la de meseta azulejada y la de leña en el fondo. Mira al suelo y quisiera encontrar cemento en vez de la mezcla de tizne y tierra que la sostiene, pero se le olvida cuando saca las tacitas de café decoradas con unos dibujitos a mano alzada. El día le pasa con el fuego en los calderos, las tendederas o el cafetal que tiene detrás de casa. Ella es una de las dos mujeres en ocho kilómetros a la redonda y vive con Lázaro, su esposo.
Por el año 2000, el Cañón de Santa Cruz era un pueblo, mucho más que los seis núcleos actuales. Dianelys llegó de la carretera central de San Cristóbal después de su casamiento. Allá es muy ruidoso, le cuesta adaptarse cuando lo visita. Pero la maternidad la obligó a regresar durante el embarazo. No hay hospitales cerca de la Sierra, aunque volvió con sus hijos en cuanto pudo.

En ese entonces habían escuelas de montaña, como le dice a las casas de campesinos y campesinas que fueron ocupadas por profesores/as y se convirtieron en aulas. También comenzaron las instalaciones de paneles solares en la comunidad. Los niños estudiaron los primeros grados y terminaron en la ciudad, indefinidamente. Por eso le queda un cuarto libre.
Artemisa representa una de las cinco provincias con mayor migración interna, donde la principal causa es la búsqueda de polos económicos. En el período de 2017 a 2021 se registraron 8 945 casos de jóvenes migrantes hasta los 29 años de edad.
Ahora no es lugar para infantes, embarazadas o personas enfermas. Los que viven en el Cañón expresan la condición del pandano, son dioicos en la traducción literal, tienen dos hogares: viven en la montaña y también con sus hijos/as, esposas, madres o padres en el pueblo. En algún momento también Dianelys abandonará su hogar en el ombligo de la Sierra del Rosario.