Mi Diario: agradecida estoy

Querido Diario:
Te escribo hoy y no es para contarte mis penas, preocupaciones, conflictos o deseos, sino para expresarte cuán agradecida estoy en estos momentos con la vida, con lo que tengo, lo que soy y lo que me rodea.
Últimamente, muchas personas no hacen otra cosa que quejarse o pelear. ¡Voy a romper ese ciclo! Entiendo que desahogarse es bueno, pero no podemos ver siempre lo negativo de las cosas. El mundo está repleto de colores lindos, llamativos; y yo quiero apreciarlos.
Me siento feliz por estar saludable, por tener a mi mamá y mi abuelito juntos y llenos de energías — las suficientes como para llevarme al parque cada sábado en la tarde — . Me siento contenta porque tengo a la mejor amiga del mundo mundial: mi querida Amelia. ¿No es encantadora? Cada día de escuela se vuelve entretenido solo porque está a mi lado, lista para contarme algún chiste malo o enseñarme a hablar lenguas de señas cubanas, para comunicarnos con otras personas.
Agradezco las noches junto a mi perrita Lulú. Ya está viejita, camina muy raro y casi no ve. Mamá la adoptó así de grande, me dijo que los animalitos viejitos demoran más en encontrar familia y, pues… ¡no lo dudamos! Lulú pasará sus últimos días, meses y años, rodeada de amor y de mis besos descontrolados. Agradezco hasta esa nota mala en Español: me obliga a estudiar la asignatura y prepararme para no escribir con faltas de ortografía en tus páginas llenas de dibujos.
Agradezco los juegos de futbol en el horario de receso; las pijamadas en casa de Amelia; el esfuerzo de mi mamá por comprarme esos tenis que tanto deseaba; los abrazos de mis amistades y las salidas; la familia hermosa que tengo, incluyendo a mis dos primos pequeños que todavía lloran mucho; el tiempo que se tomó mi abuelo para enseñarme a bailar vals; las últimas empanadas que me comí — ¡qué ricas estaban!
Efectivamente, agradezco cada cosa que me ha motivado a crecer, a ser mejor persona, a estar cerca de la familia y amistades, que me ha ayudado a sonreír y me ha hecho feliz.
*Por Gabriela Orihuela
