Mi Diario: Ojalá mi calma no fuera castigada
Querido Diario:
«La vida no hace más nada que fluir imparable, guardándonos toda clase de sabores», cuando leí aquella frase en el epílogo del libro «Almendra» de Won Pyung Sohn, la escribí en mi bloc de notas cómo suelo hacer con las ideas aleatorias para futuros trabajos, y ahora que vuelvo a revisar los apuntes –porque estoy en ese momento de bamboleo entre productividad e improductividad– me resulta muy acertada.
¿Acaso no han sentido que deben hacer algo, ya sea estudiar, trabajar…, pero una fuerza exterior se lo impide? Últimamente me pasa a menudo, y cuando me escucho y postergo los deberes siento que lo estoy haciendo mal y que no me merezco un descanso.
Quizá sea porque nos acostumbraron a la vida convulsa en donde la pausa es imperdonable y solo tiene cabida en las personas débiles, y que si quieres llegar a «hacer alguien en la vida» debes trabajar, trabajar y trabajar.
Confieso que desconozco la solución para no sentir culpa por querer detener mi mundo y solo yacer en una cama escuchando música. Ojalá no se esperara nada de nosotros y que solo con habitar la tierra fuera suficientemente valioso. Pero así es la vida: fluye imparable, en calma precisa para sentirnos libres, o no.