Sin discriminar la belleza
Por Gabriela Orihuela
Nunca olvidaré la escena en la que la pequeña Olive le pregunta a su abuelo si es guapa. «Eres la niña más hermosa», le dijo. Sí que es bella Olive y no, precisamente, por su pelo largo y rubio, ni por su rostro de porcelana, sino por su nobleza, amabilidad, carisma, inteligencia o, tal vez, porque no deja de sonreír.
Pero, entonces, nos cuestionamos por qué Olive duda de sí misma. Durante varios días, ella y su familia viajan para que pueda asistir al concurso de belleza Little Miss Sunshine — nombre del filme del año 2006 — ; un certamen que, como otras tantos, pondera lo físico, lo superfluo; un evento donde prima la rivalidad entre niñas y sus familiares y, por supuesto, que lacera a quienes participan dañando su autoestima y confianza.
A través de las redes sociales conocimos que, en Cuba, esto también está sucediendo. Aunque, me tomó por sorpresa el hecho de que se realice desde hace mucho tiempo.
Las imágenes hablan por sí solas. Son niñas con risas — algunas falsas y otras bien sentidas — vestidas de traje largo, peinadas y maquilladas al más antiguo de los estilos. Ellas, con el rostro cubierto de rubor y en alto, desfilan ante un públic o adulto con la finalidad de coronarse la más hermosa.
«Entretienen», «parece inofensivo», «es la tradición», «qué tiene de malo que se haga un concurso para niñas», son algunas de las frases defensoras de la pasarela.
La verdad es que sí distrae; divierte a tantas personas que unas pequeñas modelen ropas y colores, que traten de solaparse para salir victoriosas. No obstante, a la par que entretienen a varias/os, preocupa.
Tampoco puede llamarse inofensivo un hecho que deja huellas en las niñas — criadas, desde siempre, para competir entre ellas — . Refuerza, explícita e implícitamente, los estereotipos físicos; en las fotos del concurso no pude ver a ninguna niña negra, ni a una niña gorda, ni siquiera a una niña con discapacidad intelectual o física. ¿Acaso ellas no son bonitas? ¿Acaso no tienen espacio en estos certámenes? La belleza, desde la sociedad, tiene tonos, tallas, números, alturas, formas, cuerpos… Contra eso luchamos. Un mundo inclusivo y más justo no se conquistará mientras sigamos separando a las personas por su apariencia física y mucho menos desde infantes.
La niñez es un período crucial en la vida — cada etapa presenta importancia — . Para quienes aseguran que la autoestima queda intacta, les pregunto ¿cómo no puede deteriorarse cuando te dicen que eres menos que otras personas, que tu belleza resulta poca? El reclamo consiste, además, en dejar a un lado la apariencia física como imprescindible. Cultivar valores, sentimientos y acciones nobles es lo que nos hace más o menos lindos/as.
Asimismo, supone una necesidad señalar que “tradición” no es sinónimo de “razón”. Las tradiciones también pueden ser suspendidas cuando comienzan a lastimar, máxime si son a niñas/os, seres en formación y transformación constantes.
El rostro de felicidad de la ganadora satisfizo a muchas y a muchos; las caras de un intento fallido de las otras niñas, ahora convertidas y clasificadas en números, indican que la competencia sigue siendo un elemento cosificador y discriminatorio.
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Olive no ganó su concurso, pero supo romper moldes. No se maquilló no peinó como una señora mayor; vistió ropa cómoda y se puso una cinta roja en el pelo, tampoco se quitó los espejuelos que la ayudan a ver. Ella, desconociendo que haría historia, subió al escenario y bailó una canción que, para el público, era vulgar. Usó, como se dice, “los pasos prohibidos”. Olive no contuvo su risa y, durante la función, se notaba alegre, feliz.
Las personas, horrorizadas, se enojaron por la música y el baile; poco repararon en el daño que infligía el simple hecho de hacer que unas cuantas niñas lucharan, a su manera, para ser la mejor, la más bella.